Cuento: Como Imagen en un Libro Abierto

En la estrecha habitación, entre paredes revestidas de impresos de revistas, de folletos y los asolados vestigios de algún libro, parecía que el anciano, sentado sobre las rugosas sabanas en una cama casi consumida por el tiempo, había estado allí toda la vida.

Su cama y él en ella, sosegado en la lectura, me impresionaron siempre como  imagen en un libro abierto.

A pesar de ser el más remoto lugar de la casa, era donde más a gusto me sentía, todo lo demás, escasamente podía llegar a interesarme, y estando allí, hasta el silencio se me hacía sorprendente, pero cuando el anciano, con estremecida voz rasgando aquel silencio me hacía partícipe de sus historias, rebosaban mis emociones y me mantenían en vilo. Y en los cruciales momentos de amor, de misterios, de éxtasis o, de agonía ante la muerte presagié, que un día, imperiosamente prolongados me introducían a otras dimensiones.

Ahora, convencida de que mis fuerzas se debilitan, y que mi voz, no es nada más que un silencio, me cercioro, que la normalidad de mis actos ha quedado interrumpida. He comenzado a flotar, y del tiempo, que se ha venido desdibujando, ya no puedo dar razones. En este laberinto de sucesos no acierto con la salida, mi cuerpo o lo que ahora queda de él, indistintamente se ha venido desfigurando, para nuevamente, reconfigurarse en inofensivas curvas que, si logro predecir, podrían llegar a convertirse en signos, y quizás, al menos llegare a simbolizar palabras.


De modo que, no puedo dar razones, si hace sólo un instante o, enclaustrada en ese libro ha transcurrido mi vida.


Katerina Femayor
08 de junio de 2011

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